Lo que todos ya sabíamos, y varios estudios académicos y psicológicos habían detallado, quedó perfectamente comprobado en voz de Arturo Béjar, exempleado de Instagram, quien, en declaraciones ante la Justicia de Estados Unidos, confesó que esa red social nunca ha hecho nada por cuidar la salud mental de niños y adolescentes que la usan.
El señor, quien trabajó en Meta entre 2009 y 2015, posteriormente entre 2019 y 2021, reveló que su propia hija resultó víctima del terrible influjo que esa red social tiene sobre el bienestar mental de los menores.
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No solo porque pudo evidenciar cómo los menores están expuestos a mensajes de acoso, abuso, matoneo, entre otros, sino porque encima no cuentan con herramientas para protegerse o denunciar con eficiencia.
También contó que con esa información recopilada de su hija y de sus amigos (quienes también sufrieron de lo mismo) tuvo reuniones internas para adelantar en Instagram el diseño de botones y herramientas de protección para los menores, pero que –literal– se negaron sistemáticamente a implementarlas.
No por nada más de 40 estados de los Estados Unidos formalizaron una demanda federal contra Meta por el grave daño, documentado, que dicha red social genera en los menores de edad, presas de cuadros de depresión, ansiedad, alteraciones alimenticias y de sueño, entre otros.
Instagram, dice la querella que adelantaron los fiscales generales de esos 41 estados, ha “contribuido a una crisis nacional de salud mental juvenil y debe rendir cuentas”. Vaya señalamiento tan demoledor.
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También es acusado de “engañar” en términos publicitarios y de recabar información de adolescentes sin claridad precisa de qué hace con semejante volumen de datos relacionados con el comportamiento y gustos de una audiencia menor de edad.
¿Qué hace Instagram en la salud mental de los niños? Un estudio de la Universidad de Cambridge reveló que los jóvenes viven episodios de baja autoestima por los estándares de imagen corporal y estilo de vida que promociona esa red; también afecta su calidad de descanso y sueño; genera ansiedad y depresión, ante la idea de ‘quedar por fuera’ de eventos sociales o actividades aspiracionales, uso de marcas, entre otros.
Una realidad retorcida, retocada, llena de ‘filtros’ que el joven cerebro de niños y adolescentes no es capaz del todo de procesar y se constituye en una peligrosa mezcla de emociones que termina por afectar la estabilidad mental.
Lo peor de todo es que la solución no está del todo en nuestras manos. Más allá de prohibiciones o trabajo pedagógico en casa al contarles a los menores los riesgos de esa red, así como tratar de ajustar tiempos limitados de uso, si desde la misma plataforma no existen iniciativas realmente sólidas para proteger a los menores –las cuales por supuesto dicen que sí poseen e implementan–, no tendremos cómo solucionar de fondo la problemática.
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Bien haría algún congresista, centro de estudios, gremio médico, en liderar esta discusión a nivel de política pública. Está claro que solo las herramientas legales nos protegen de verdad.
JOSÉ CARLOS GARCÍA R.
Editor Multimedia
En X: @JoseCarlosTecno